EL HILO PERDIDO DE SALINGER.

 por Poncho

Salinger fue probablemente algo así como una pequeña modificación en el paisaje cuando el tren va tan rápido que todo evanesce en el acto mismo de la aparición, una diferencia mínima entre lo percibido y lo que pasó más allá, fuera de alcance. Esto hasta que Guaro vuelve, quince años después, con estas tres grabaciones arrancadas al olvido. Al instante de dejar sonar la primera pista pude reconocer largas secuencias del sonido, inmediatamente, como composiciones y un modo de improvisar que me eran familiares, sin saberlo, como un retorno inesperado desde el vaho de la memoria involuntaria. Salinger le guiña un ojo a Proust.

La secuencia se recompone en mi cabeza. Año 2002. La primera vez que los vi en una fecha, a los primeros minutos de comenzar, le comenté al flaco que estaba al lado mío, no sin sorpresa: “está la mitad de Alternocidio y dos tercios de Antitrust ahí, pero suenan como Tortoise”. Su respuesta treinta segundos después fue taxativa: “son mejor, huevón”. Hipérbole o no, lo propio de Salinger es que nadie se enteró.

Que la banda haya sido una aparición casi tan fugaz como un proyecto fantasma, no quiere decir nada respecto de su importancia y su singularidad (para continuar con las referencias literarias injustificadas, los primeros románticos ya habían demostrado a fines del s. XVIII que un proyecto de poema tenía tanta fuerza poética como el más acabado de estos, en fin). Es más, Salinger es una muestra de cómo un gesto mínimo y restringido (en el tiempo, en el número de afectados, etc.) puede ser también la experiencia de un nudo remarcable en el curso de las cosas.

En el 2002 la escena hardcore vivía un cierto reflujo, una inflexión. El fenómeno no estaba ligado a un agotamiento de los cuerpos, sino a un agotamiento de las formas. Curiosamente esto se traducía en recis cada vez más llenos, demasiado llenos, de gente y en la proliferación –por primera vez, quizás– de micro-escenas cada vez más ensimismadas. Había, sin embargo, una lógica en esto: las formas se agotaban, flotaba la urgencia por inventar otras y la tendencia era obstinarse en lo ya conocido. Así, las bandas más pesadas sonaban cada vez más como una versión a escala de Slayer, los anarco-punks se purificaban encerrando la letra A en circulitos y escribiendo declaraciones cada vez más exaltantes para impresionarse entre ellos, los straight edge hacían lo mismo con su consonante preferida y una atracción bien conocida por el pathos del heroísmo de la “decisión personal”, los melódicos bañaban en la naturaleza de un Santiago cada vez más parecido a Miami, etc.

  Salinger tomaba una dirección a la vez profundamente heterogénea y solitaria. Elaborando probablemente la forma más irreductible a aquellas del hardcore-punk, y sin embargo inasimilable a otra escena que venía tomando curso paralelamente y parecía absorberlo todo; el indie como pasta informe de sus variantes post-rock, noise y pop, como premonición del eclecticismo cínico de la era streaming y la eficiencia del marketing Super 45.

 La banda compuesta por Guaro y Tetsuo (guitarras), Durán (bajo) y Saito (batería) formaba en medio de todo aquello una experiencia refractaria, aparte. Fue una existencia mínima que muy probablemente pasó desapercibida antes de simplemente desaparecer, casi sin dejar rastros. Casi como un eco, a la vez paralelo y modificado, de otra banda de refractarios: Alternocidio, la banda que hablaba de masturbación y skate en una escena que ofrecía con más generosidad violencia extrema y peligro, la banda que se despidió en la prehistoria del “punk melódico” en Santiago.

El paralelo tiene, sin embargo,sus límites. La posteridad de Salinger se cuenta probablemente en evocaciones lejanas entre quienes formaron la banda, en algún testigo extraviado, entre rastros perdidos como el que yo tenía en la cabeza: un recuerdo que tintineaba levemente tras la evocación del nombre, como una impresión pequeñísima, subsumida al fondo de cosas que pueden sernos familiares… o no. Sin embargo, solo bastaba con despertar ese hilo perdido para que comenzara a desprenderse en ramificaciones. Es el efecto de una singularidad. Musicalmente, quizás esta singularidad podría definirse así, con un gesto: ante el agotamiento circunstancial de la forma hardcore-punk, abrir las puertas a la experimentación sin complejos, a la experimentación de la propia herencia hc-punk, del ruido, del “noise”, de la agregación jam, de la intensidad tropicalista… dicho de otra forma Salinger no es post-rock.

Leave a Reply