Stage dives make me feel more alive than coded messages
El contexto de nuestro stage dive de la semana es este:
Atleta principal: Tarugo.
Banda: En Mi Defensa
Lugar: Centro Indígena Conacin, Nataniel Cox – Stgo.
Acontecimiento: El protagonista se suspende en el cielo, sustrayéndose del resto de los elementos.
Por regla general en el hardcore los escenarios son plataformas mínimas o inexistentes, estructuras por las que no tenemos un gran aprecio. Cuando viene nuestra banda internacional favorita y salimos de nuestros bastiones habituales para ir a discotheques, arenas o teatros, nos sentimos inmediatamente incómodos con la monumentalidad de los escenarios que se nos proponen y la jerarquía necesaria que éstos introducen. Qué decir de las aberrantes vallas papales, de los stewards en las fosas. No obstante, siempre nos las arreglamos para divertirnos igual, pese a que sabemos claramente que estamos jugando de visita.
De locales la situación es muy distinta. De nuestro gusto fundamental por los escenarios mínimos o inexistentes pueden extraerse muchas consecuencias inmediatas (igualdad en la distribución entre intérpretes y espectadores, borramiento de la frontera entre ambos, movilidad del reparto, inversión de roles, etc.). En relación con los stage dive, esta disposición técnica repercute en una distribución genérica de dos órdenes: los que surgen del suelo (ya sea apilándose sobre la espalda de los que están más adelante, logrando que dos personas te tomen de las piernas y te impulsen proyectándote sobre la cabeza de los otros, etc.) y los que “caen”, creando espontáneamente nuevas superficies, agenciando una nueva brecha entre lo alto y lo bajo.
En ambos casos la noción misma de “stage” es una simple metáfora, quizás deberíamos hablar de (no)stage dive.
El elegido de esta semana se inscribe en esta última distribución, llevándola quizás a un cierto paroxismo. Lo que impresiona a primera vista no es sólo la calidad de la ejecución individual, la altura, las posibilidades exploradas por el cuerpo y la souplesse de la caída que se proyecta, sino más bien su capacidad de abstraerse de todo contexto, de desprenderse en un primer momento de lo bajo para desplegarse enseguida en él, casi sin causa, incorporando un puro efecto, abriendo una nueva brecha entre los espacios. Todo esto, a su vez, parece ser un acontecimiento imperceptible pues, a pesar de la magnitud de la proeza, ninguno de los que están abajo parecen anticipar nada, el stage diver se ve suspendido, desprendido, out of step with the world.
Esa brecha entre el aislamiento del ejecutante del salto mortale y la circulación propia de una agregación habitual (social) del resto de los cuerpos despierta un cierto efecto que podría ser descrito como “animal” (arácnido o felino) o, mejor aun, “cómico”, en el sentido que alguien como Buster Keaton supo explorar.
Pero ¿Qué tienen en común Keaton y nuestro stagediver de la semana?
Analicemos:
Tanto Buster Keaton como nuestro atleta de la semana parecen habitar de un modo singular la separación entre la plasticidad social de los cuerpos (sus modos, su compostura y toda la gama de gestos convencionales) y la elasticidad mecánica de sus articulaciones cuando éstas ya no obedecen a la gravedad (física y/o social) o a los movimientos reflejos (idem).
Keaton y nuestro stagediver aparecen aquí simplemente revestidos de un cuerpo captado en su desprendimiento mecánico. Como un simple montaje de carne y huesos, amenazados a la vez por la inminencia del desastre (una caída al vacío, en la humillación o en el desamparo en Keaton; una fractura de clávicula, el daño o la caída sobre la persona equivocada en nuestro stagediver, etc.).
Sin embargo, y es todo lo que se juega aquí, ambos introducen el punto de fuga necesario para que el mecanismo corporal y su efecto se liberen del núcleo primitivo de la risa que genera la humillación o la derelicción de un cuerpo (Keaton) y del daño que produce un desastre (nuestro atleta), llevando el acto –así– al júbilo de una incorporación singular en el mundo.
Un programase perfila entonces: traer el cuerpo a la escena como captor de fuerzas y productor de efectos, en el margen de las funciones narrativas (Keaton) y en los bordes de los usos sociales y del comportamiento convenido (nuestro protagonista). En suma, lanzarse en un stunt cómico o un stage dive para introducir un movimiento que “hace mundo” en su separación respecto de los usos, creando “una modulación intensiva de fuerzas y de afectos” (Deleuze).