Guaro, la entidad creativa detrás de Sigobrilllando se ha transformado en una máquina de composiciones, en un hormiguero de ritmos y melodías, en un discreto diluvio creativo. Esta tarde cuando escuché su nuevo single tuve un momento de emoción extraño. No sé si era la primera pista de guitarra en baja fidelidad o el sonido de la base que entra, como una 808 apagada, no sé pero algo de aquello me hizo pensar en muchas cintas perdidas, en cosas que ya no sé dónde fueron a parar, ¿por qué perdemos cosas y qué dice eso de nosotros mismos?, pensé en la segunda mitad de los noventa, que para mí fue un momento de profundo enamoramiento con el indie rock, pensé en la constelación de cosas que pasan gracias a enamoramientos como ese, pensé en la antigua e inexpugnable fe que tuve (y que al parecer tengo aún) en este tipo de composiciones, en el apego a cosas simples que conectan con otras que lo son menos, que es el tiempo, el tiempo enredándose en nuevas duraciones, implicándose en experiencias esparcidas entre lo que existe y lo que ya no.