EL HC FUERA DE SÍ.

Las fronteras del hardcore son espacios porosos, necesariamente difusos. Muchas veces hay cruces con elementos tomados del otro lado de la línea. Por estos cruces llega lo mejor, y a veces lo peor. Otras veces se canonizan y se fijan en subgéneros: rapcore y metalcore son –para bien o para mal– cosas de las que hay que hacerse cargo.

En este post vamos a seguir una línea, un cruce que se dio como un punto de fuga, más allá del hardcore. Si no existe el “indiecore” es tal vez porque el cruce se da de otra forma. Quizás como un desplazamiento, un salir del hardcore para ir a otras aguas. Si hacemos hablar al lado biográfico, puedo dar fe de que hasta mediados de los noventa para escuchar cosas que hoy nos parecen tan naturales como los Cure o los Smiths había que hacerlo discretamente. Los P.C. punx te decían que estas bandas eran subproductos del espectáculo de la industria cultural en el capitalismo tardío, que no valía la pena escuchar porque firmaban con maquinas mercantiles opresoras como Sire o Elektra, porque only stupid bastards help EMI… otros te decían que era música que te convertía inmediatamente en homosexual, lo que era obviamente algo malo y que te dejaba sin puntos en tu cuenta de credibilidad callejera, lo que como bonus te hacía probablemente merecedor de una buena paliza a la menor ocasión.

Había entonces que ser discreto hasta que, parando finamente la oreja, dabas con alguien que también tenía –detrás de algún Madball, en el lado b de un GBH– unos Pixies o unos temas de Dinosaur Jr. copiados por algún lado. Para explorar ese lado también era posible tener suerte y encontrar dealers de cassettes por fuera de la fortaleza del hardcore. A veces esas afinidades se daban en los colegios, no fue mi caso pues en mi Liceo había una epidemia de heavy metal sinfónico que te dejaba sin esperanzas en la humanidad… habían otros pocos muchachos que tenían La Polla escrito en sus morrales, pero éstos difícilmente podían venir con alguna novedad escondida entre los brazos, entonces el encargado de abrirles las orejas eras tú. “Huevón deja esa cagada de Miserables, si quieres ser punk escucha este Black Flag”.

A veces conocías a alguien en la calle, por simple azar. Eso me pasó más de una vez, en mi mochila un tiempo llevé escrito Minor Threat, y –un poco más abajo– My Bloody Valentine, gracias a eso un tipo se bajó una vez de la micro para hablarme. Intercambiamos teléfonos para luego intercambiar cintas. Él parecía avezado en ese tipo de abordajes porque era tanto o más pobre que yo, pero tenía una buena colección de cintas regrabadas. Recuerdo particularmente una copia del On fire de Galaxy 500 que pude sacar, algo que estaba a años luz de lo que escuchaba en ese tiempo. A las primeras escuchas me pareció obviamente aburrido, pero luego se transformó en un objeto particularmente afeccionado. Eso era tener hambre en la época pre-Napster, pre-pre-pre-Spotify, pre-tarjetas-de-crédito-a-profusión. Tenías que pasar necesariamente por otros, cruzar la ciudad para copiar un disco, estar atento a quien podía venir con un tesoro al fondo de su mochila, tener un cassette virgen siempre dispuesto en la tuya. La capacidad de endeudamiento de las clases aspiracionales, la promesa de confort del tenlo-todo-desde-y-dentro-de-tu-casa, nos hizo pisar el palito y barrió en un par de años con toda una larga y bella historia de encuentros, de travesías por Santiago para ir a copia música que no conocías a la casa de alguien que venías de conocer.

Tener una sensibilidad por el indie-rock llevaba a tener que aventurarte en terrenos nuevos. En esa época no se veía gente con el peinado de Julio Cesar, cardigans y doc martens bajas en el pit. Si tu polera no llevaba el logo de las bandas reglamentarias, era mejor que esta no llevara nada escrito porque de lo contrario te haría cargar con algún estigma, de seguro. Por otro lado, quienes sí tenían un conocimiento de la experimentación, del fuzz y de lo que sonaba “rarito”, lo manejaban como a un patrimonio, con un cierto elitismo que creaba una distancia infranqueable.

Así, había que ir a ver con los propios ojos. Un día, en plena efusión en mí de la ortodoxia hcpunk, me dejé caer sólo en un reci de Luna in caelo que alguien me había recomendado como unos Slowdive con toques vampíricos (habría que terminar de una vez con todas con este tipo de equivalencias que te dejan siempre con el estómago vacío). Recuerdo que las barreras de clase, un cierto snobismo ambiente y las dificultades logístico-tácticas para tomar una micro hacia mi barrio en medio de la semana y pasadas las 12 de la noche, me dejaron más bien una mala impresión. El hardcore me había educado de otra manera, claramente en las antípodas de eso. Sin embargo, dormí bien esa noche; no tanto porque la banda sea soporífica, sino porque el cruzar la línea hacia algo más allá del hardcore me dio –según recuerdo– la impresión de haber ganado un cierto grado de autonomía que pensé que podría saborear de ahí en adelante. Y creo que así fue.

En fin, el objetivo de este post era otro. Consistía en tratar de tomar trayectorias que van, de un modo u otro, entre el hardcore-punk y el terreno un poco vago y mal delimitado del indie (refirámonos con éste, genéricamente, a un cierto grado de experimentación, en el sonido, en la composición o simplemente en la “sensibilidad” que puede abarcar desde una continuidad con la música extrema lo hasta lo más pop).  Acá va una pequeña muestra.

Congelador.

En la prehistoria de esta banda hubo amistades barriales con la gente más entrañable de nuestra escena, hubo un fanzine inspirado en los procedimientos de la “pre-escena”, hubo un sello igualmente inspirado en las aventuras Dischord, Touch and Go, SST y compañía, conexiones internacionales con personajes de esas aguas que llevaron (entre otros factores) ni más ni menos que al concierto de Fugazi en Stgo, intercambios de discos que fueron alimentando nuestros sonidos. Más allá de los “resultados finales” de cada experiencia, entre Congelador y la escena hardcore hubo un ADN compartido y una especie de tramado paralelo innegable.

Syndie.

Tengo la impresión de que con Syndie el indie en su dominante pop entra por la puerta ancha a nuestra escena. De pronto los complejos parecen disiparse más rápido de lo previsto, una enorme buena sorpresa. Aunque para muchos de nosotros, alimañas alimentadas de Victory recs, esto era en principio “una banda melódica cantada por una mina”, de a poco fue una banda que, más allá de toda la variante florcita-punk funpipolera que se instalaba fuerte a fines de los 90s, permitió familiarizarnos con una sensibilidad más profunda, transparente, a la vez ruidosa y pop, entre Pohgoh y Mascis.

Don fango.

 Si las odiosas categorías sirviesen para algo, podríamos situar a los de Lautaro, Yerko y Mauricio en la etiqueta 100% post-hardcore. Cuando los escuché las primeras veces, creo que aun no conocía Shellac, Helmet y cosas en esa línea, tuve la impresión espontánea de que lo que hacían era simplemente un poco “extraño” (así como Supersordo, Tobias Alcayota o un poco más tarde Niño Símbolo me parecían un poco “extraños” también). Esa extrañeza era un síntoma de que la banda estaba atravesando las líneas y códigos prescriptivos del hardcore, sin situarse –sin embargo– en un terreno completamente ajeno e irreconocible para alguien formado en esa escuela. Esa pequeña pero significativa diferencia los instaló en la genealogía de muchas bandas “experimentales” que vendrían más tarde, de Griz a diAblo, y que confirmarían así que era justo salirse de la camisa de fuerza del tupatupa-shugashuga.

My light shines for you

Es cierto que el peso de la variante slintera del indie rock tiene un lugar desmesurado en nuestra historia. Es tan así que para volver al lado brillante de la fuerza tuve que saltarme algo así como veinte años. Tanto mejor. Así queda demostrado que los cruces entre los hardcore kids y la faz más pop del indiepop tiene aún un grado de existencia. Aunque la filiación obvia de My light… esté por las ondas de Sarah recs y compañía sucede el milagro que adoramos en estas bandas: cada canción transluce algo del origen punk que subyace disimulado a cada paso.

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